martes, 2 de octubre de 2012

El ratoncito que dudaba y dudaba

Era un ratoncito que dudaba y dudaba. Cuando iba a salir de la cueva, miraba a la derecha, luego a la izquierda, finalmente al frente y se preguntaba: "¿hacia dónde voy?".
"Si tomo a la derecha-dudaba el ratoncito- quizás me encuentre con un gato...". Esta idea lo hacia temblar de pies a cabeza, tanto que a una cuadra de distancia podía oírse como golpeaban sus dientes.
"Entonces-se decía- lo que seguramente me conviene es tomar a la izquierda." y ya parecía decidido a lanzarse en esa dirección, cuando una nueva idea lo asaltaba. "¿ Y si es el revés?, ¿si a la derecha está el queso y a la izquierda, el gato?".
Y de nuevo empezaba a dudar y dudar... A la izquierda. A la derecha. Al frente. Después de repetir cincuenta veces los mismos gestos, estaba tan pero tan mareado que todos los pensamientos se le enredaban en la cabeza.
Caía la noche y él seguía allí, en la puerta de su cueva. Mirando a la izquierda. A la derecha. Al frente. Hasta que ya no veía nada porque se había puesto muy oscuro y entonces pensaba que lo mejor era irse a dormir y dejar la decisión para la mañana siguiente.
Una noche soñó que se había convertido en un viejito de larguísima barba. El tiempo había volado, sin que él se diera cuenta. A su alrededor, nada era igual.
Los árboles habían cambiado sus hojas infinidad de veces. los pichones que habitaban en los nidos construidos en las ramas, hacia ya tiempo que los habían abandonado. Y sobre todo, los ratoncitos que alguna vez fueron sus amigos, habían formado sus propias familias y ya eran padres y abuelos de otros ratones y ratoncitos.
El, en cambio, estaba solo. Porque todos los demás, con sus numerosos descendientes, se habían ido. Unos hacia la derecha. Otros, hacia la izquierda.
Y algunos, caminando derechito.
Entonces, cuando él se decidía a lanzarse hacia la derecha, un terrible dolor de cintura lo detenía. Intentaba otro paso: necesitaba un bastón. Desolado, comprendía que estaba demasiado viejo para irse a ningún lado.
A la mañana, al despertar, saltó de la cama. Y sin mas dudar un instante, salió volando a la calle y tomó hacia la derecha.
Para su infinita sorpresa, no se topó con un gato, tampoco encontró un queso.
Dio en cambio, con una lindísima ratoncita sonriente y graciosa que le ofreció su mano para pasear por el camino.
Y allí andan los dos juntos, felices y enamorados, seguidos de una banda de ratoncitos que crece año tras año.
Es gracioso ver cómo, todos juntos, sin la menor duda, doblan a la derecha. giran a la izquierda y algunas veces, siguen derechito.

Autora: Lucía Laragione