jueves, 20 de febrero de 2014

Con la música, la expresión corporal del niño se ve mas estimulada. Utilizan nuevos recursos al adaptar su movimiento corporal a los ritmos de diferentes obras, contribuyendo de esta forma a potenciar del control rítmico de su cuerpo.
A través de la música, el niño puede mejorar su coordinación y combinar una serie de conductas. Las canciones infantiles ayudan a los niños a mejorar su coordinación y su concentración.
Es además, otra forma de acercar al niño a la literatura.

En un vagón

En un vagón,
cargado de sandías,
el buen, Ramón, perdió una zapatilla.
¿Qué hacía el buen Ramón?
¿adentro de un vagón? 
¿Qué hacía la sandía, sobre la zapatilla?
¿Qué hacía el vagón?
Corría por la vía.

¡Un cuento diferente!

 CANCIÓN: DEBAJO DE UN BOTÓN




Debajo de un botón, ton, ton,

Que encontró Martín, tín, tín,
había un ratón, ton, ton
ay que chiquitín, tin, tin,
ay que chiquitín, tin, tin,
era aquel ratón, ton, ton,
que encontró Martín, tin, tin,
debajo de un botón, ton, ton.


Candombe del Cangrejo

A bailar con el cangrejo
Que se mira en el espejo
Una mano, otra mano
Y seguimos candombeando.

Con un pie, con otro pie
Este ritmo está muy bien.
Pá delante, para atrás
El ombligo viene y va.

A bailar con el cangrejo
Que se mira en el espejo
Una mano, otra mano
Y seguimos candombeando.

Todo el cuerpo moverás
El tambor te hace temblar
Y si no lo bailas bien
Una prenda pagarás.


Autora: Marcela Sabio

miércoles, 19 de febrero de 2014

¿Quien es Luis Pescetti?

Luis María Pescetti (Argentina). Actor y escritor. Como comediante para adultos y niños trabajó en radio, televisión y teatros de Estados Unidos, España, Colombia, Chile, Brasil, Perú, Uruguay y Cuba. También en Argentina y México, países en los que hizo radio durante 14 años, y continúa haciendo televisión.
Ha publicado más de veintisiete libros: novelas y relatos para niños y adultos en los cuales el humor, el juego filosófico y el tratamiento del diálogo, ocupan un lugar especial.
Un autor excepcional para grandes y chicos.

¿Escuchamos este cuento en familia?

¡¡¡¡Conozcamos al vampiro negro!!!
La Cenicienta

Hace mucho, mucho tiempo, en una mansión señorial, vivían un buen hombre, su esposa y su encantadora hijita.
Un triste día, Cenicienta perdió a su mamá, y su padre, para mitigar su pena, decidió volver a casarse. La mujer que escogió tenía dos hijas, Drizela y Anastasia... que eran unas verdaderas arpías.
Algún tiempo después, también el caballero falleció, dejando a la niñita sola con su nueva familia. Muy pronto, la madrastra demostró lo cruel que era. Desde que amanecía hasta que anochecía, abrumaba a su hija adoptiva con muchos quehaceres, mientras que Drizela y Anastasia se divertían.
Pasaron los años y, a pesar del duro trabajo, Cenicienta siempre sonreía, convencida de que conocería la felicidad. Cada día, se encontraba con sus fieles amigos, los pajarillos y los ratones. Una mañana, Jaq, el más listo de los ratones, llegó hasta ella.
-¡Ven Cenicienta! ¡Hay atrapado un ratón atrapado en la ratonera!
-¡En la ratonera!- exclamó la jovencita mientras bajaba rápidamente por la escalera-. ¡Rápido, vamos a liberarlo!
Cenicienta abrió la jaula y soltó delicadamente al prisionero: ¡el desdichado temblaba como una hoja!
-¡No tengas miedo!- murmuró la jovencita-, ¡somos tus amigos! Anda, levanta las patitas para que te ponga este suéter... ¡Oh!, te queda un poco apretado, ¡pero tendrás que aguantarte! Veamos... ¿Como te vamos a llamar? Gustavo y, para ahorrar tiempo, ¡te diremos Gus!
Cenicienta, que tenía muchas tareas que hacer, se apresuró a despertar a Lucifer, el malvado gato de su madrastra. Luego, en la cocina, encontró a su perro Bruno. En cuento les dio las espalda, lucifer araño a Bruno y maulló cuando éste quiso defenderse.
-¡Basta bruno!- intervino Cenicienta.
-¡Qué gato tan hipócrita!- pensó el pobre animalito al que habían regañado injustamente.
Cenicienta sacó a su perro, sirvió un tazón de leche a Lucifer y luego fue al patio. Metió la mano en su delantal...
-¡Hora de desayunar!- anunció.
Inmediatamente, las gallinas cloqueron y se precipitaron hacia el sabroso grano.
-¡Luego nos toca a nosotros!- explicó Jaq a Gus-.
Sígueme, ¡tengo el estomago en los talones!
-¡Uf!- farfulló Jaq al ver que Lucifer les impedía el paso-. ¡Vamos a tener que ponernos listos para pasar! Tengo una idea: ¡dejemos a la suerte el escoger quién distraerá al gato mientras los demás salen a patio!
Para su mala suerte, le tocó al pobrecito Jaq.
-¡Cucú!- gritó mientras se burlaba de su adversario. Malicioso, el ratón se escondió detrás de una pared de madera, luego asomó la cabeza y volvió a esconderse.. Hizo varias veces eso mismo. El malvado gato perdía la paciencia, pues no lograba atraparlo.
Los cómplices de Jaq aprovecharon para pasar sin ser vistos.
-¡Vaya, al fin están Aquí!- exclamó Cenicienta-. ¡Ya empezaba a preocuparme! ¡Vamos disfruten de estos granitos de maíz tan ricos! Los ratones se sirvieron y salieron volando antes de que el gato los viera.
Pero Gus se estaba quedando atrás. quería recoger todos los hermosos granos dorados que quedaban en el suelo, para sus nuevos amigos. Retrasado por el peso de su botín, no fue lo suficientemente rápido. El gato lo vio y se lanzó a perseguirlo.
-¡Socooooooooooorro!- aulló el raton en cuando se vio nariz contra nariz ¡frente al terrible Lucifer! Gus logró escapar de las aceradas garras del gato y se refugió sobre la mesa de la cocina.
-¡Uf! ¡De que me salve!- suspiró el ratoncito-. ¡Un poco mas y me come crudo!
El ratón ignoraba que Lucifer se acercaba silenciosamente, con los ojos relucientes de gula...
Lucifer se iba a zampar a Gus de un solo bocado cuando se vio interrumpido por Cenicienta, que entraba en la cocina. Ella se disponía a preparar el té para las tres gruñonas, que apenas despierta ya gritaban:
-¡Cenicienta! ¡Mi desayuno!
Oculto bajo la mesa, el gato estallaba, pues debía renunciar al rechoncho ratón.
-¡Cenicienta! ¡Mi desayuno!- se desgañitaban cada vez más Drizela y Anastasia.
-¡Ya voy, ya voy! -respondió Cenicienta mientras elevaba la morada al cielo.
Hoy, como todos los días, la joven tenía que soportar el mal carácter y los enojos de las tres caprichosas arpías.
Mientras tanto, en su palacio, el Rey se lamentaba. Se sentía envejecer y se quejaba de no tener nietitos.
-¡Duque!- gimió-. Ya es hora de que el Príncipe heredero piense en casarse. Te ordeno que invites a todas las doncellas del reino: ¡esta noche ofreceré un gran baile en el palacio en honor a mi hijo!
Los mensajeros del rey recorrieron inmediatamente toda la región. En la mansión de su padre, Cenicienta limpiaba a las baldosas cuando uno de los enviados tocó a la puerta:
-¡Abrid en nombre de Rey!
-¡Una misiva de Su Majestad!- se asombró la jovencita-. ¿Qué podrá decir?
Cenicienta interrumpió la lección de canto de sus hermanas: -¡Un correo del Rey!- anunció. -¡Es para mi!-exclamó Anastasia. -¡No, para mi!- protestó Drizela arrancándole la carta de las manos. -Dénmela a mí!- cortó su madre-. Escuchen esta noche hay baile en el palacio. ¡Todas las doncellas casaderas están invitadas!
El rostro de Cenicienta se iluminó: -¿Entonces también yo puedo ir?
-Si, si ya has terminado tu trabajo. ¡Y si encuentras un vestido adecuado!
-Gracias, madre- respondió cortésmente la joven.
En el desván, Cenicienta registró un viejo baúl y terminó por encontrar un vestido de su madre.
-¡Qué pasado de moda está!- observó-. ¡Voy a arreglarlo! Pero ya sus hermanas reclamaban: -¡Cenicienta! ¡Baja, apúrate! Almidona mis faldas, limpia mis zapatos, plancha mi vestido... ¡Pobre Cenicienta!
Durante ese tiempo, ¡la buhardilla de Cenicienta hervía de actividad! ¡Los pajarillos y los ratones no sabían por dónde empezar! ¡Tomaban medidas, cosían un encaje por aquí, cortaban un lazo por allá!
-¡Miren!- dijo Gus, triunfante-. Recuperé un collar que tiraron las dos arpías! ¡Cenicienta ya puede ir al baile!
-¡Drizela! ¡Anastasia!- les gritó su madre-. Apresúrense, el carruaje no tarda en llegar. ¡Qué pena!- dijo, volviéndose hacia Cenicienta-. ¿No estás lista para el baile? ¡Tendrás que quedarte sola aquí!
Decepcionada, la joven subió a su desván. De repente unos murmullos la distrajeron de sus pensamientos...
Muy orgullosos al presentar su obra de arte a Cenicienta, los ratones dieron grititos de alegría y los pajaritos piaron a todo volumen.
-¡Oh- se asombró la joven, admirada-. ¡Qué vestido tan bello! ¡Es maravilloso! ¡Gracias a ustedes iré al baile!
-¡Espérenme!- gritó Cenicienta bajando rápidamente la escalinata.
En cuanto sus hermanas la vieron, se lanzaron contra ella.
-¡Son mis perlas!- dijo una, arrancándole el collar.
-¡Este cinturón es mío!-continuó la otra, desgarrando el vestido de Cenicienta.
Impasible, su madre contemplaba la escena.
Las tres furias de fueron y Cenicienta, hecha un mar de lágrimas, corrió a refugiarse al fondo del jardín. De repente apareció una mujer.
-¡Soy tu Hada Madrina! Hija mía, sécate las lágrimas; ¡no querrás ir al baile con los ojos rojos!
-¿Al baile?- dijo asombrada la joven-. Pero...
-¡Sólo hace falta un poco de magia! ¡Mira!
No lejos de allí, el Hada encontró una calabaza. Tomó su varita mágica y pronunció una extraña fórmula:
-¡Bibbidi-Bobbidi-Boo!
Por encanto, la calabaza se convirtió en una deslumbrante carroza, toda adornada de oro. Sobre finas ruedas de plata, parecía flotar en el aire, lista para volar.
-¡Es mágica!- exclamó Cenicienta maravillada.
-Ahora, ¡los ratones!
Y los ratones se convirtieron en espléndidos caballos...
-Bien- continuó el Hada Madrina-. ¡Es el turno del caballo y del perro! ¡Serán tu cochero y tu lacayo!
Cenicienta no creía lo que veían sus ojos. Al fin su sueño se volvía realidad.
-Mi buena madrina- prosiguió Cenicienta-. ¡No puedo ir vestida así!
-Discúlpame, querida. Soy una despistada.
Con otro movimiento de varita mágica, el Hada transformó los harapos de la jovencita en un maravilloso vestido de organdí, y sus feos zapatos en zapatillas de cristal.
Cenicienta agradeció calurosamente al Hada.
-¡Escúchame bien, queridita!- prosiguió la madrina-. Cuando suene la ultima campanada de la medianoche, ¡el encanto se romperá y todo tomará su forma de antes! ¡Así que no te olvides de la hora!
-¡Te lo prometo!- respondió la jovencita.
Ante que esas palabras, los caballos se lanzaron a galope tendido hacia el palacio real...
La ceremonia acababa de empezar. Ataviadas con sus vestidos más bellos, todas las doncellas casaderas desfilaban ante el Príncipe. Sin embargo, ninguna le llamaba la atención. Mientras Anastasia y Drizela hacían su reverencia, una silueta a lo lejos atrajo de pronto su mirada...
Deslumbrado por la gracia y la belleza de la joven que veía, el Príncipe fue inmediatamente a su encuentro. También los invitados quedaron subyugados: se callaron admirando a esa bella desconocida. Ni la madrastra ni sus hijas reconocieron a Cenicienta.
Los jóvenes acababan de enamorarse y no se separaron en toda la noche, de tal modo que no notaron el paso de las horas.
Cuando sonó la primera campanada de la medianoche, Cenicienta se acordó de la advertencia de su Hada Madrina.
-¡Debo irme!- exclamó Cenicienta, perdiendo la cabeza.
-¡Espera!- dijo el Príncipe, desconcertado-. ¡Ni siquiera sé tu nombre! ¿Cómo voy a volver a encontrar?
Ya la jovencita bajaba la escalinata, ¡con tanta rapidez que perdió una zapatilla en el camino!
Cenicienta se abalanzó hacia la carroza.
-¡Más rápido, cochero!- suplicó-. ¡No llegaremos a tiempo a la casa!
No había un segundo que perder, pues al sonar la última campanada de la medianoche, su bella carroza iba a transformarse...
Sonó la campanada número doce en la noche estrellada: los caballos se convirtieron de nuevo en ratones; el cochero, en caballo; la carroza, en calabaza... Sólo la zapatilla de cristal quedó igual. Cenicienta la guardó cariñosamente como recuerdo.
En el palacio, el Príncipe estaba desesperado. El Duque envió a la guardia del Rey en busca e Cenicienta.
La guardia volvió con las manos vacías y el Duque tuvo que decírselo al Rey, que montó en cólera.
-Cómo es esto, ¿no has encontrado a aquella de quien mi hijo esta enamorado? Haz que todas las doncellas del reino se prueben esta zapatilla. El Príncipe juró que se casaría con aquella a quien le quedara.
La noticia se esparció rápidamente por todas las casas.
La madrastra subió al desván y encerró a su hijastra con doble llave, y se guardo la llave en el bolsillo. Así Cenicienta no podría probarse la zapatilla... Obedeciendo a las órdenes del Rey, el Duque fue de casa en casa y tocó a todas las puertas.
-Entre, Alteza- susurro la madre de Drizela y Anastasia cuando se presentó al Duque-. ¿Tomará una taza de té?
-¡No tengo tiempo, señora! ya sabe que me trae aquí. ¡Quisiera que estas señoritas se probaran cuanto antes la zapatilla de cristal!
La malvada mujer observaba las pruebas con atención. Jaq aprovecho para meterse en el bolsillo de la señora y, después de muchos esfuerzos, logró levantar la llave.
-¡Arriba! ¡Arriba!- cantaron a coro Gus y Jaq para animarse mientras trepaban hasta el desván. Luego deslizaron la llave bajo la puerta de su dulce amiga. ¡La prisionera iba a ser liberada y la madrastra ni se lo imaginaba!
Anastasia metió el pie en la zapatilla de cristal...
-¡Es exactamente de mi tamaño!- dijo extasiada.
-¡Hum!... ¡No lo creo, señorita!- replicó el Gran Duque-. ¡Sólo ah podido meter el dedo gordo!
Drizela se probó a su vez la zapatilla, ¡que estuvo a punto de romperse! Al despedirse, el Duque preguntó:
-¿No hay otra doncella en la casa?
-¡Nadie más!- afirmó la madrastra.
El Duque se disponía a dejar el lugar cuando cenicienta apareció en lo alto de la escalinata.
-¡Su alteza! ¡No se vaya!- rogó Cenicienta-. ¿Puedo probarme la zapatilla?
-¡No le haga caso a esta fregona! ¡Es nuestra criada!
-¡Señora!- dijo el enviado del Rey-. las órdenes sin estrictas, ¡todas las doncellas en edad de casarse deben probarse este zapatito!
Entonces el Duque invitó a Cenicienta a sentarse. Su sirviente se acercó y la madrastra le hizo una zancadilla con su bastón. Perdiendo el equilibrio, soltó el zapatito, ¡que se rompió! ¡Entones Cenicienta sacó de su bolsillo la otra zapatilla y se la puso! Le ajustaba perfectamente.
-¡Maravilloso! ¡Magnifico!- exclamó encantado el hombre de bigote-. ¡Señorita, la llevo al palacio!
¡Y así Cenicienta dejó para siempre a las tras arpías!
La boda se celebró inmediatamente en el palacio. Desde ese día, el Príncipe y Cenicienta vivieron felices y tuvieron muchos hijos...

FIN

martes, 18 de febrero de 2014

ROMPECABEZAS

Hace mucho tiempo vivió un inventor de rompecabezas. Sus rompecabezas eran tan maravillosos que todos los que lo conocían querían que les fabricara uno.
Una vez había inventado un rompecabezas que, al terminar de armarlo, dejaba en pie una perfecta montaña.
Para los niños de su ciudad había diseñado otro que solo se podía armar en el cielo, remontando las piezas, que tenían la forma y el peso exacto de 27 barriletes.
A veces, se sentaba frente a un árbol y lo copiaba entero. El que compraba ese rompecabezas sabía que en realidad tenía tres porque las piezas iban cambiando de color como las hojas, de la primavera al verano y del verano al otoño. Claro que en el invierno, cuando el árbol quedaba pelado, se terminaba el juego.
Hasta le había fabricado un rompecabezas de caracolas al mar, ese impaciente y el mar lo completaba cada mañana y luego, lo desarmaba por la tarde... para empezar otra vez al día siguiente.
Con el tiempo, su fama llegó a oídos de un rey que coleccionaba rompecabezas. Y un día decidido el rey coleccionista hizo llamar al inventor perfecto.
Cuando llegó a la corte, el rey le mostró la habitación donde guardaba sus rompecabezas terminados pero el inventor no pareció impresionarse demasiado y sólo dijo, moviendo hacia arriba y abajo la cabeza: -ajá.
Entonces el rey hizo su pedido: -quiero que me construyas el rompecabezas mas difícil.
El inventor perfecto le solicitó al rey un año. Al rey le pareció mucho pero el inventor le aseguró que sólo en ese tiempo podría construir el rompecabezas más difícil, justo como el que quería el rey.
Durante un año entero, el inventor abandonó sus demás rompecabezas y se dedicó por completo al que le había pedido. A veces el rey le preguntaba: -¿Necesitas cola, cartón, algo de pintura?
A lo que el inventor simplemente contestaba que no con la cabeza.
El rey se preocupaba porque, la verdad, el inventor no parecía estar trabajando demasiado. A veces, miraba largamente el reino por la ventana de su torre en el palacio. Sólo eso, todo el día.
A veces, al amanecer partía a caballo y no volvía sino hasta bien entrada la noche. Había días en que trepaba árboles, vadeaba ríos o subía montañas y otros en los que recorría las aldeas y comía con los campesinos. Sin embargo, al cabo del tiempo prometido compareció ante el rey y dijo: -ya terminé.
El rey se levantó del trono de un salto y le dijo al inventor: -quiero verlo ya. 
-Pues entonces, pide dos caballos, que te lo enseñaré-
-¿Qué? ¿No lo traes contigo?
-Imposible: Es muy grande.
El rey y el inventor partieron al galope al anochecer, llegaron al confín del norte en la cumbre más alta, desde donde se veía el reino entero, el inventor le pidió al rey que miraba y que le dijera lo que veía el rey asombrado y muy nervioso, contestó:
-¡Un rompecabezas!
El rey miró otra vez y, en un instante, su mirada experta reconoció los huecos:
-¡Faltan piezas!
-Ese es tu desafío.
Y el rey empezó:
-Allí, está la escuela, blanca y con su campana pero no tiene niños...
Y luego murmuró para sí:
-¿Será que están en el campo, trabajando con sus padres?
-Vamos, monta y sigamos -le ordenó el inventor, tomándolo del hombro.
Al amanecer, los dos jinetes llegaron al confín este, con el sol en la cara, y el inventor le preguntó al rey: 
-¿aquí qué ves?
-Abajo hay un río que separaba dos aldeas. La gente de la aldea azul se habla a los gritos con la de la aldea roja y aún así no se escuchan y ademas se arrojan cosas de un lado a otro y todas, veo, caen al agua y se echan a perder. Falta un puente, no hay dudas.
-Monta otra vez y vamos.
Por la tarde, el inventor y el rey llegaron al confín oeste, justo cuando se despedía el sol.
-Y bien,¿qué ves? ¿dónde?
-Allí, allí está el cartel que dice bosque de los almendros pero no hay ni un árbol ¡que raro que los reales leñadores no hayan dejado ninguno!
-Ahora volvamos -lo interrumpió el inventor.
Y los dos cabalgaron hasta el palacio. 
Cuando llegaron, el rey se aclaró la garganta y promulgó seguidos tres decretos importantes: -primero: que los niños regresen a la escuela y que estudien mucho. Segundo: que se construya rápidamente y para siempre un puente que comunique la aldea roja con la aldea azul. Tercero: que por cada árbol talado del bosque de los almendrados, se planten tres árboles nuevos con sus correspondientes pájaros y ardillas.
El inventor sonreía. El rey, furioso, le pregunto: -¿qué? ¿acaso no acabe ya de resolverlo todo?
-Te falta una pieza.
El rey miró nervioso a su alrededor y de pronto, vio su trono: ahí también había un hueco, estaba vació. Entonces, corrió a sentarse en él y miró al inventor con aire de triunfo: -ya está: rompecabezas completo.
-Tú lo has dicho- respondió el inventor, lo acomodó un poco en el asiento, se alejó para ver como quedaba, saludó con una reverencia y se marchó.
Cuando el inventor llevaba ya dos horas caminando, se dio vuelta para ver por última vez aquel reino. Luego, con las dos manos, agitó un poco el aire, mezcló las piezas y las guardó, una por una, en su bolsa.

Autora: Cecilia Pisos.

lunes, 17 de febrero de 2014

Adivina - Adivinador


No es televisor 
y antenitas tiene
que arruga y estira
cuando le conviene.







Voladora y de color,
es amiga de la flor.






Si quieren jugar,
me tienen que inflar.
Cuando hay alboroto
me enojo y exploto.





Tiene bigotes,
cola bien larga,
come ratones
cuando los caza.
Lautaro y la sombra

Lautaro se sentía solo y aburrido.
No tenía ningún juguete nuevo y los viejos ya lo aburrían.
Como no se le ocurría nada que hacer...
...fue hacia el baño a cepillarse los dientes para irse a la cama a mirar la tele.
Pero, de repente, se cortó la luz.
Después de un rato sus ojos se acostumbraron a la oscuridad, que ya no estaba tan oscura.
Mientras tanto mamá encendía velas en toda la casa.
Dejo una en la cocina.
De pronto Lautaro notó algo extraño en la pared.
Detrás de él había una figura enorme, un gigante.
Se acercó lentamente y el gigante se hizo mas chiquito, hasta quedar igual a él.
Claro, era su propia sombra, pero...
¡Su sombra se movía sola!
De pronto se estiraba...
... y después se volvía gorda.
Se inclinaba, se retorcía y hasta parecía bailar.
¡Lautaro pensó que su sombra estaba viva!
Pero en ese momento el viento apagó la vela.
Lautaro, sorprendido, se quedó muy quieto...
...buscando a su sombra, que ahora estaba suelta en la oscuridad.
La descubrió haciendo cosas increíbles.
Y no estaba sola.
Había muchísimas sombras más...
...que jugaban y se divertían.
Hasta que de golpe...
¡Volvió la luz!
Y Lautaro se encontró solo otra vez.
Aunque ya no se sentía tan solo.
Con él estaba su sombra.
Se fue a dormir, sabiendo que al apagar la luz...
...su sombra lo acompañaría, esperando que llegara la mañana para estar con Lautaro al despertar.
Y así, junto a él, no sentirse sola ni aburrida.
Pero, ¡un momento!
Hay una cosa que olvidaron:
¡cepillarse los dientes!

Autor: José María Gutiérrez, Pablo Zweiz

TUK ES TUK

Esto que te voy a contar es una historia sin par de alguien muy singular seguro te va a gustar entonces vamos a comenzar.
No es elefante, ni es dragón.
No es zapo ni es gallina.
Tampoco serpentina.
No es gato ni es pez.
No es tortuga ni es ratón.
Tampoco camaleón.
No es así ni es asá.
No es esto, ni es aquello.
Y tampoco tiene cuello.
No es rojo, ni es azul.
No es verde, ni es violeta.
Es eso y solo eso.
¡Es un tuk en camiseta!
Si se enoja, se estira.
Y si grita:
tuku-Trrrrón
Tuku-Trrrrón
Tuku-Trrrrón
Si se ríe
Y se ensancha:
Tuku-trrraka-tuku-trrraka.
Si se entristece, se encoge
Y si llora tuku-tiki-tuku-tiki-tuku-tiki-tuku-tiki-tuku-tiki-tuku-tiki.
Y si llora, se enoja
Y si ríe es porque...
Tuk piensa... y si piensa... Tuku-teke-tuku-teke-tuku-teke-tuku-teke....
Camina y piensa bajito... porque no hay nadie como yo... igualito igualito... y asi caminando y tuku... caminando y teke... tuk escucho: tuku tá-tuku-tá-tuku-tá.
Un pasito y ... tuuuuuku
Dos pasitos y... teeeeeke
Tres pasitos y ...
¡¡¡Tuk se encontró con Tak!!!
Tuku-tu, tuku-té, tuku-tí, tuku-tá, tuku-tú, tuku-té, tuku-tí, tuku-tá.
Y el cielo todo, todito se entukutó.
Y los dos
tuku-tá, tuku-tá
tuku-tá.
Tuku-tá por aca,
tuku-tá por allá.
Tuku-tá ¿que será?
Tuku-tá, tuku-tí
Vamos juntos a vivir
Y una casa construir
¡Tendremos gran porvenir!
Aquí nos vamos a quedar,
un pueblo podemos fundar,
para quien lo quiera habitar.
¡Y muy felices vamos a estar!
La primera en llegar
fue la familia del pajopéz
volando al revés.
Ratagata y patogato,
perrachuza y perrosapo,
gallisauria y rinachancha
con el peludo chancholeón
todos llegaron
de sopetón.
Ranatruces cabezonas, giguanejas orejonas
y gusanencos rosados venian con pasos muy
alargados
Los tuk emocionados
los esperaban con un
gran asado
Una noche silenciosa apareció muy curiosa
una familia misteriosa con sombrero, traje y
mucho equipaje.
Los caracotamos llegaron en filas ordenadas
con sus casas ovaladas
sus antenas bien paradas sus patas bien calzadas
y sus caras encantadas
todos buscan a los tuk
¡familia muy afamada!
El cangudrilo llego en dos patadas
con sus crias bien embolsadas.
Las cebrillas a la carrera
querían llegar primeras.
Detrás llegaban descalzas y muy deprisa
la ballartija y su hija
atacadas de la risa.
El ultimo en llegar
fue el jirafante
rayado
pues venia muy
cansado
por sentirse tan
pesado.
y por caminito
muy sombreado...
las turtigas en hileras
avanzaban muy ligeras.
¡Me olvidaba de contar!
pulgarachas y avispiojos vinieron rápido a buscar
ellos donde habitar.
Y como son muy envidiosas, en avalancha llegaron las cangreposas
a ocupar rápido las rosas.
El lugar se llenó
cada quien su casa armó
y así un pueblo
se creó.
Y viviendo en montón
todos juntos y contentos
pasaron grandes momentos.
Tuk y tak piensan
todo el tiempo
¡que alegría
tener tanta compañía!
Otro día que se va
la luna en la ventana está
y los dos tuku-tá, tuku-tá...
¿qué será?.


Autora: Claudia Legnazzi