ROMPECABEZAS
Hace mucho tiempo vivió un inventor de rompecabezas. Sus rompecabezas eran tan maravillosos que todos los que lo conocían querían que les fabricara uno.
Una vez había inventado un rompecabezas que, al terminar de armarlo, dejaba en pie una perfecta montaña.
Para los niños de su ciudad había diseñado otro que solo se podía armar en el cielo, remontando las piezas, que tenían la forma y el peso exacto de 27 barriletes.
A veces, se sentaba frente a un árbol y lo copiaba entero. El que compraba ese rompecabezas sabía que en realidad tenía tres porque las piezas iban cambiando de color como las hojas, de la primavera al verano y del verano al otoño. Claro que en el invierno, cuando el árbol quedaba pelado, se terminaba el juego.
Hasta le había fabricado un rompecabezas de caracolas al mar, ese impaciente y el mar lo completaba cada mañana y luego, lo desarmaba por la tarde... para empezar otra vez al día siguiente.
Con el tiempo, su fama llegó a oídos de un rey que coleccionaba rompecabezas. Y un día decidido el rey coleccionista hizo llamar al inventor perfecto.
Cuando llegó a la corte, el rey le mostró la habitación donde guardaba sus rompecabezas terminados pero el inventor no pareció impresionarse demasiado y sólo dijo, moviendo hacia arriba y abajo la cabeza: -ajá.
Entonces el rey hizo su pedido: -quiero que me construyas el rompecabezas mas difícil.
El inventor perfecto le solicitó al rey un año. Al rey le pareció mucho pero el inventor le aseguró que sólo en ese tiempo podría construir el rompecabezas más difícil, justo como el que quería el rey.
Durante un año entero, el inventor abandonó sus demás rompecabezas y se dedicó por completo al que le había pedido. A veces el rey le preguntaba: -¿Necesitas cola, cartón, algo de pintura?
A lo que el inventor simplemente contestaba que no con la cabeza.
El rey se preocupaba porque, la verdad, el inventor no parecía estar trabajando demasiado. A veces, miraba largamente el reino por la ventana de su torre en el palacio. Sólo eso, todo el día.
A veces, al amanecer partía a caballo y no volvía sino hasta bien entrada la noche. Había días en que trepaba árboles, vadeaba ríos o subía montañas y otros en los que recorría las aldeas y comía con los campesinos. Sin embargo, al cabo del tiempo prometido compareció ante el rey y dijo: -ya terminé.
El rey se levantó del trono de un salto y le dijo al inventor: -quiero verlo ya.
-Pues entonces, pide dos caballos, que te lo enseñaré-
-¿Qué? ¿No lo traes contigo?
-Imposible: Es muy grande.
El rey y el inventor partieron al galope al anochecer, llegaron al confín del norte en la cumbre más alta, desde donde se veía el reino entero, el inventor le pidió al rey que miraba y que le dijera lo que veía el rey asombrado y muy nervioso, contestó:
-¡Un rompecabezas!
El rey miró otra vez y, en un instante, su mirada experta reconoció los huecos:
-¡Faltan piezas!
-Ese es tu desafío.
Y el rey empezó:
-Allí, está la escuela, blanca y con su campana pero no tiene niños...
Y luego murmuró para sí:
-¿Será que están en el campo, trabajando con sus padres?
-Vamos, monta y sigamos -le ordenó el inventor, tomándolo del hombro.
Al amanecer, los dos jinetes llegaron al confín este, con el sol en la cara, y el inventor le preguntó al rey:
-¿aquí qué ves?
-Abajo hay un río que separaba dos aldeas. La gente de la aldea azul se habla a los gritos con la de la aldea roja y aún así no se escuchan y ademas se arrojan cosas de un lado a otro y todas, veo, caen al agua y se echan a perder. Falta un puente, no hay dudas.
-Monta otra vez y vamos.
Por la tarde, el inventor y el rey llegaron al confín oeste, justo cuando se despedía el sol.
-Y bien,¿qué ves? ¿dónde?
-Allí, allí está el cartel que dice bosque de los almendros pero no hay ni un árbol ¡que raro que los reales leñadores no hayan dejado ninguno!
-Ahora volvamos -lo interrumpió el inventor.
Y los dos cabalgaron hasta el palacio.
Cuando llegaron, el rey se aclaró la garganta y promulgó seguidos tres decretos importantes: -primero: que los niños regresen a la escuela y que estudien mucho. Segundo: que se construya rápidamente y para siempre un puente que comunique la aldea roja con la aldea azul. Tercero: que por cada árbol talado del bosque de los almendrados, se planten tres árboles nuevos con sus correspondientes pájaros y ardillas.
El inventor sonreía. El rey, furioso, le pregunto: -¿qué? ¿acaso no acabe ya de resolverlo todo?
-Te falta una pieza.
El rey miró nervioso a su alrededor y de pronto, vio su trono: ahí también había un hueco, estaba vació. Entonces, corrió a sentarse en él y miró al inventor con aire de triunfo: -ya está: rompecabezas completo.
-Tú lo has dicho- respondió el inventor, lo acomodó un poco en el asiento, se alejó para ver como quedaba, saludó con una reverencia y se marchó.
Cuando el inventor llevaba ya dos horas caminando, se dio vuelta para ver por última vez aquel reino. Luego, con las dos manos, agitó un poco el aire, mezcló las piezas y las guardó, una por una, en su bolsa.
Autora: Cecilia Pisos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario